Cuando la palabra se enfrenta a la piedra

Por Ubaldo Alvarez A ||

Lo que ocurrió en la ciudad de Juliaca con el comunicador y posible candidato  presidencial Philip Butters no es un hecho aislado: es el reflejo de un país cada vez más fracturado, donde la palabra se enfrenta a la piedra, y la diferencia de opinión se convierte en motivo de linchamiento. Cuando vi las imágenes y videos del comunicador protegido con un casco, resguardado por policías, y una multitud enfurecida lanzando objetos, no pude evitar preguntarme: ¿qué nos está pasando como sociedad? ¿En qué momento la libertad de expresión se volvió un delito social?

Yo no defiendo las ideas de Butters —algunas me parecen extremas, incluso provocadoras—, pero defender su derecho a expresarlas es defender también el mío, el tuyo, el de todos. En democracia no se puede castigar la palabra con la violencia. Hoy es él quien es atacado; mañana puede ser cualquier ciudadano que se atreva a discrepar del pensamiento dominante. ¿Queremos vivir en un país donde solo se pueda hablar si se repite el discurso de la mayoría?

Lo más preocupante de este episodio no es solo la violencia de la multitud, sino la pasividad de quienes deberían promover la reflexión. Algunos medios —que deberían ser garantes del pluralismo— se han convertido en plataformas de intolerancia, donde las entrevistas parecen juicios sumarios. El periodista deja de preguntar para acusar y el entrevistado deja de responder para defenderse. En lugar de un debate, presenciamos un linchamiento verbal transmitido en vivo.

Como periodista, me molesta ver cómo se degrada el ejercicio del periodismo. Hoy parece que la consigna es cancelar y no comprender. Pero el periodismo no nació para castigar al que piensa distinto, sino para poner luz sobre los hechos, escuchar a todos los lados y darle al público herramientas para formar su propio criterio. La objetividad no consiste en no tener opinión, sino en tener la honestidad de escuchar antes de juzgar.

Por otro lado, la ciudadanía también tiene su cuota de responsabilidad. Hemos confundido la protesta con el odio, la discrepancia con el ataque. ¿Qué tipo de ejemplo damos a las nuevas generaciones si mostramos que la forma de resolver las diferencias es a golpes y gritos? Si realmente queremos un país democrático, debemos aprender a convivir con la pluralidad, incluso cuando lastima.

En otras palabras, el caso de Philip Butters nos deja una lección urgente: la libertad de expresión no se defiende a medias. Si solo la protegemos cuando nos conviene, no es libertad, es hipocresía. En tiempos de precampaña, cuando las pasiones políticas se encienden, debemos recordar que la democracia se construye escuchando, no agrediendo. Las ideas se combaten con ideas, no con piedras. Porque el día que el miedo calle al pensamiento distinto, ese día, todos habremos perdido.
Foto: Infobae 

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