La noche del miércoles 15 de octubre, Lima fue escenario de una de las manifestaciones más intensas de los últimos tiempos. Lo que comenzó como una protesta pacífica, impulsada por colectivos de la Generación Z, rápidamente se transformó en un caos de violencia, disturbios y enfrentamientos entre los manifestantes y las fuerzas del orden. Este giro inesperado no solo genera interrogantes sobre las motivaciones de los participantes en los disturbios, sino que también invita a reflexionar sobre el papel de las redes sociales y la responsabilidad colectiva en la creación de un ambiente propenso a la radicalización.
En primer lugar, es importante señalar que la protesta tenía un propósito legítimo: exigir la destitución del presidente José Jerí y manifestarse en contra del Congreso. Las demandas de la juventud, en particular de aquellos que sienten que su voz es ignorada, no son algo nuevo. El descontento con el sistema político y la desconexión entre las autoridades y los problemas reales que afectan a los ciudadanos son razones más que suficientes para que los jóvenes se levanten y exijan cambios en el desempeño de los congresistas. Sin embargo, lo que se desbordó en las calles esa noche fue la transformación de una demanda legítima en un escenario de caos absoluto.
A partir de las 7 de la noche, los manifestantes comenzaron a lanzar piedras, botellas y bombas caseras contra la Policía Nacional. La violencia se desató sin previo aviso y lo que parecía ser una marcha por el cambio terminó siendo un campo de batalla. En medio de esta confusión, los más radicales, cubiertos con capuchas, incendiaron objetos en los alrededores de la avenida Abancay, uno de los puntos más vigilados de la ciudad. Aquí, surge una de las preguntas: ¿cómo es posible que una protesta pacífica termine en un conflicto violento y descontrolado?
La respuesta no es sencilla. Se podría señalar la falta de experiencia y madurez política de los grupos juveniles involucrados, que a veces parecen actuar impulsivamente sin entender las consecuencias de sus acciones. El uso de las redes sociales como vehículo para la incitación a la violencia tiene un papel clave en este fenómeno, pues mientras algunos jóvenes se ven arrastrados por el furor del momento, otros, como el ex presidente Martin Vizcarra, se suman al coro de voces que, en lugar de proponer soluciones constructivas, alimentan la discordia y el desorden. ¿Estamos realmente aprendiendo a usar las redes sociales de manera responsable? ¿O simplemente las hemos convertido en plataformas de propaganda y desinformación?
Es indignante ver cómo las plataformas de redes sociales se han convertido en herramientas para incitar al odio, difundir información falsa y manipular las emociones de miles de personas. La participación de ciertos líderes en la incitación a la violencia no puede pasar desapercibida. Es necesario que la fiscalía, en colaboración con las autoridades correspondientes, identifique a quienes están detrás de esta radicalización, comenzando por aquellos que, desde sus cómodos escritorios, fomentan el desorden sin tener en cuenta las consecuencias.
La muerte de Eduardo Ruiz Sáenz, un joven de 32 años, y los más de 100 heridos entre civiles y policías, no son incidentes que puedan tomarse a la ligera. El presidente José Jerí y el ministro del Interior han expresado su pesar y están comprometidos a esclarecer los hechos. Sin embargo, la pregunta es si realmente estamos preparados para asumir las consecuencias de nuestras acciones en este tipo de movilizaciones. ¿De qué sirve exigir democracia, libertad y justicia si lo hacemos a través de la violencia, el caos y la destrucción?
Reitero, las redes sociales, lejos de ser herramientas de empoderamiento, últimamente se han convertido en un caldo de cultivo para la polarización. Cada mensaje, cada tweet, cada publicación, tiene el poder de influir en el ánimo colectivo, de incitar a miles de personas a unirse a una causa, a un sentimiento, sin tener en cuenta la responsabilidad que implica el ejercicio de este poder. ¿Es este el tipo de democracia que queremos?
Es necesario que, como sociedad, reflexionemos profundamente sobre el uso que hacemos de las redes sociales y la enorme influencia que ejercen en nuestra percepción de la realidad. Invito a todos a informarse de manera responsable, acudiendo a fuentes confiables y verificadas. La responsabilidad no recae únicamente en quienes lideran los movimientos sociales, sino también en cada uno de nosotros, que, consciente o inconscientemente, contribuimos a construir un ambiente de intolerancia y confrontación. Debemos preguntarnos: ¿qué futuro estamos forjando para nuestros jóvenes si les enseñamos que la violencia y el enfrentamiento son las únicas formas de defender sus derechos?
En otras palabras, lo ocurrido el pasado miércoles 15 de octubre en la capital de la república no es solo un reflejo de la frustración de la juventud, sino también de un sistema político que sigue fallando en su misión de conectar con las verdaderas necesidades de la población. Pero también es una advertencia de que el camino hacia el cambio no debe recorrerse a través de la destrucción. La violencia nunca será la solución. Es hora de que repensemos nuestras formas de protesta y sobre todo, de que aprendamos a usar las herramientas que tenemos a disposición, como las redes sociales, con responsabilidad y sentido común. Solo así podremos alcanzar el verdadero cambio que tanto anhelamos.
Foto: Ojo Público
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