Hace apenas una semana, en el tranquilo anexo de Umachulco, en Orcopampa, provincia de Condesuyos, región Arequipa, la tragedia se desplegó silenciosamente sobre la apacible pastizal. Ochenta vicuñas, majestuosas especies de la región andina, cayeron víctimas de la caza furtiva, un crimen que resuena en los andes y resquebraja el delicado equilibrio de nuestro ecosistema. La noticia, revelada por la Gerencia Regional de Agricultura de Arequipa, nos deja preguntándonos: ¿Se puede afirmar que la caza furtiva ha resurgido o, acaso, nunca desapareció del todo?
La respuesta a esta inquietante pregunta nos lleva a indagar más allá de los titulares. Para ello, decidió explorar las raíces históricas de la caza furtiva en nuestro país. En las décadas de los 50 y 60, cuando esta actividad ilegal se erigía como la pesadilla de las comunidades campesinas. Las praderas altoandinas eran invadidas por cazadores clandestinos, ansiosos por arrasar con las vicuñas y satisfacer la demanda de un mercado internacional ávido de su preciada fibra.
La caza furtiva no solo amenazaba a las vicuñas, sino que también desencadenaba una feroz competencia con el ganado doméstico. Este despiadado juego provocó una disminución drástica de la población de vicuñas en 16 departamentos del país, llevando su número a un peligroso mínimo de 5 mil individuos. El impacto fue tan severo que la supervivencia misma de esta especie estuvo en entredicho.
Regresando al presente, la Subgerente de Promoción Agraria de Arequipa, Elida Mamani, lidera los esfuerzos para comprender la magnitud de la reciente masacre. Su equipo se adentró en Umachulco, levantando un informe que arrojará luz sobre cuándo sucedieron los hechos y cuántas vicuñas se vieron afectadas. Mientras tanto, la amenaza persistente de la caza furtiva resuena en las cordilleras, desafiando las medidas de protección establecidas por las autoridades.
Es necesario preguntarnos: ¿Qué está sucediendo con estas especies únicas en la región andina de nuestro país? Desde que el gobierno peruano decretó la cuarentena por la presencia del COVID-19, la caza furtiva de vicuñas ha experimentado un preocupante repunte. Guardaparques locales informaron el macabro hallazgo de aproximadamente 200 vicuñas con casi el 70% de sus pieles arrancadas, un testimonio desgarrador que ha sido presentado ante la fiscalía ambiental.
La pregunta persiste en mi mente: ¿Esta caza furtiva ha vuelto, o es que nunca desapareció del todo? Los números y testimonios apuntan a una triste realidad: estamos ante una amenaza constante que acecha a las vicuñas, poniendo en peligro su existencia en nuestro territorio. Es nuestro deber, como sociedad y como individuos informados, unirnos en la lucha contra esta lacra que amenaza la diversidad de nuestra fauna.
En este momento, el llamado a la acción resulta más fuerte que nunca. La historia nos ha enseñado que la indiferencia puede costar la existencia de una especie. La caza furtiva no solo ataca a las vicuñas; atenta contra la esencia misma de nuestra tierra. Nosotros, como sociedad, debemos ser la voz de estos seres indefensos y guardianes de la naturaleza que nos rodea. El tiempo para actuar es ahora, antes de que el eco peligroso desde las alturas andinas se vuelva un lamento irreparable. La pregunta final persiste ¿Estamos dispuestos a actuar antes de que sea demasiado tarde? La respuesta, ineludiblemente, está en nuestras manos.
Foto: Andina
0 Comentarios