Los Mileis y los Bukeles

Por Carlos Anderson (*) ||

En idioma inglés se les conoce como “copycats”.  Una traducción aproximada sería “imitador”.  Pero, para que la traducción sea más cercana al sentido original habría que añadirle un adjetivo calificativo: primero se me ocurrió añadirle el peruanísimo “huachafo”, pero creo que en este caso más acertado es añadirle la palabra “chicha”. Sí, los “imitadores chicha”. Esa es la mejor manera de describir a la creciente lista de políticos profesionales y de políticos amateurs que –sin que importe el contexto– se autoproclaman el Milei peruano o el Bukele peruano.

Los primeros no dudan en acomodarse el cabello, impostar la voz, entrecerrar los ojitos con pupilentes azules y gritar al estilo del presidente argentino Javier Milei: “Viva la libertad carajo”.  No importa que los males de la economía peruana sean muy distintos a la crisis terminal de inflación, desempleo y recesión que consume a la Argentina ni que la “casta política” vernacular tenga contornos diferentes a la cofradía política de nuestros vecinos del sur.  Tampoco importa que los Mileis peruanos no tengan la más mínima idea de cómo funciona la economía y menos aún de lo que significa la “escuela de economía austriaca” ni como se diferencia ésta de la vilipendiada economía keynesiana. Con las justas si pronuncian con gran dificultad los nombres de Carl Menger, Friedrich Hayek, o el de Ludwig von Mises.

Pero más divertidos que los imitadores chicha de Javier Milei son los imitadores chicha de Nayib Bukele, el recientemente re-electo presidente de El Salvador, un país de apenas 7 millones de habitantes y una extensión territorial similar al de la región Ica. Estos han proliferado a medida que la imagen internacional del presidente salvadoreño se ha ido consolidando como la del “presidente más popular del mundo mundial”.  Su reelección con el 87% de los votos, su aplastante mayoría en el Congreso, su control apabullante de todas las instituciones que le dan sustento a la democracia –así lo demuestran. Se trata de un elíxir de poder que todos anhelan.

Pero, mientras los Mileis peruanos se ubiquen firmemente en la centro-derecha, derecha, los imitadores de Bukele están tanto a la izquierda bien izquierda como a la derecha bien derecha del espectro político. Los extremos. De Antauro a la DBA.

Todos prometen un Plan. Todos prometen acabar –de una vez por todas y de manera radical– con la violencia delincuencial que nos agobia. Compiten en la severidad de las penas –pena de muerte para estos y aquellos– en las estrategias –retirarse de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), militarización, armar a serenos, contratar guardaespaldas privados, permitir que los ronderos apliquen la violencia contra quienes delinquen– y en la aplicación de los recursos –reabrir emblemáticos penales, expulsar a los delincuentes “extranjeros” (o sea, venezolanos), etc., etc., etc.

Pero ni los Mileis ni los Bukeles peruanos logran un mínimo de verosimilitud en sus imposturas. Todos se ven más falsos que una sonrisa de Keiko o un discurso de Dina.
*Congresista de la República.

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