Lo que se asume como reconocimiento a los docentes por su labor social bajo el slogan del Día del Maestro dura tan solo los pocos minutos de una celebración formal, que es lo que toma hacer una pausa al continuo relato crítico a los maestros, acusados frecuentemente por el gobierno de ser incompetentes.
Veamos dos ejemplos saltantes. Uno, la descalificación a priori de cientos de miles de maestros contratados titulados por las universidades que aspiran a un nombramiento, frenados por una retrógrada evaluación que desconoce sus méritos acumulados en los contratos ya cumplidos. Se aduce que no tienen méritos porque no aprueban una antojadiza evaluación que muchos nombrados no aprobarían.
Otro ejemplo es el SíSeVe, que ha expuesto a los maestros a todo tipo de acusaciones muchas veces sin sustento ni defensa, obligándolos además al llenado de infinitos protocolos. Esto ha terminado judicializando la educación bajo la presunción de que los maestros contratados y nombrados por igual son incompetentes para tratar los conflictos entre escolares, por lo que debe intervenir una autoridad externa para hacerlo por ellos.
Así, el Día del Maestro parece tan solo una burla disfrazada. Si realmente no se puede confiar en los maestros, quizá deberían cerrarse los colegios. ¿Qué sentido tiene asumir que los directores escolares y maestros no son confiables, pero aun así poner a 1.000 alumnos bajo su responsabilidad?
Yo he conocido muchos maestros en mi vida y debo decir que aquellos que evidencian vocación docente, que son los mayoritarios, hacen una tarea encomiable en pro de la infancia y la juventud peruana, y no merecen estar en el disparadero de la normatividad e imagen pública acusatoria que nos rige. Basta comparar, en los reglamentos de la educación pública y privada, las normas sancionadoras contra los incentivos al buen desempeño para encontrar que el foco está en la sanción, dada esta desconfianza generalizada en los docentes.
Hay que entender que los maestros son tocadores del alma, son forjadores de la resiliencia infantil, son colaboradores de la crianza de las familias, son inspiradores de las vocaciones, son ciudadanos que hacen una sacrificada labor al servicio de la patria, y merecen algo más que un trago o una flor en un día del año al que eufemísticamente le llaman el Día del Maestro.
Un contenido real de la felicitación por el Día del Maestro se expresaría en una actitud cotidiana amable, en normas legales que expresen su confianza en ellos, y en los gestos acogedores que requieren sus problemas y necesidades.
Para valorar y honrar a nuestros maestros no alcanzan los gestos simbólicos. Hay que respetar y confiar en ellos cada minuto del año, con políticas educativas que reconozcan y premien su esfuerzo y dedicación, en vez de ponerlos generalizadamente en el centro de críticas infundadas. El verdadero contenido del Día del Maestro se refleja en una sociedad que resalta y estimula a los cumplidos frente a los trasgresores, que confía en ellos y da buenas condiciones para trabajar en pro de una educación relevante para nuestros niños y jóvenes.
Columnista Diario El Comercio
Foto: Andina
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