Tengo fe que nuestro país va a despegar, no quiero perderla porque finalmente viva donde viva, mi contacto con el Perú es lo que me hace más feliz, pero de solo pensar que 60 organizaciones políticas presentarán candidatos en el 2026, tres veces el número del 2021, con el agravante que ahora también se votara para representantes al Senado, pierdo toda esperanza. Con esta vorágine de candidatos, que no van a ser mejores, me cuesta imaginar un escenario optimista. ¿Qué ha cambiado en nuestro escenario político para atraer talento y vocación de servicio? Nada, todo lo contrario, está tan desprestigiado y judicializado que el costo de involucrarse es altísimo. Los jóvenes son siempre una buena apuesta, pero con la pésima calidad de la escuela pública o de universidades como la César Vallejo, Alas Peruanas o Telesup, carecen de toda preparación. Sin reformas estructurales en educación, seguiremos arando en el desierto.
La avidez por una candidatura demuestra que hoy más que nunca el dinero público es un apetecible botín, especialmente en un escenario de economía tambaleante y poca oferta laboral. El Estado no puede seguir siendo la mayor agencia de empleos ni el gasto corriente seguir aumentando sideralmente. Se crean ministerios sin ninguna consideración. El Ejecutivo tiene gran parte de culpa, pero compartida con el Congreso; la valla para inscribir a partidos políticos es bajísima pero peor aún, que existan parlamentarios como el cuestionado Cordero Tay, que insisten en permitir que los sentenciados por corrupción puedan postular al haber cumplido su condena. Firme creyente de la rehabilitación en las impecables cárceles peruanas sostiene que su proyecto propicia un marco normativo con enfoque inclusivo. Ya no sabe que inventar para permitir que sus amigos postulen. ¿Qué credibilidad puede tener este tránsfuga que se ha arrimado a Somos Perú? Ninguna, como muchísimos otros congresistas que han dinamitado los fundamentos democráticos.
A más inri, está comprobado que la mayoría decidirá su voto en la cola o por la cara que le resulte más familiar o por aquellos cuya mano estrecharon o los que más prometieron, sin conocer su trayectoria y méritos o quizás inmensos deméritos. En el Perú casi solo existe el voto de odio y el de la irresponsabilidad. Martín Vizcarra lo sabe. Tiene un rosario de delitos desde que fue GORE de Moquegua, ha sido inhabilitado por cinco años para ejercer la función pública, pero confía revertirla. Este valiente TC no debería darle la razón, porque de ser candidato, estoy segura de que sería el próximo presidente del Perú
Vizcarra cree a rajatabla en la gran frase de Oscar Wilde: “Que hablen mal de uno es espantoso, pero hay algo peor: que no hablen”. Desde participar en marchas de la CGTP hasta vergonzantes TikTok, está permanentemente presente en la escena pública. Opina sobre lo humano y lo divino con una autoridad que solo él se reconoce. Vizcarra trata de lavar su imagen y que la gente solo lo recuerde por los generosos bonos que repartió en la época del COVID, para “compensar” los inaceptables 200,000 fallecidos. El pueblo peruano estaría llevando nuevamente a un gran corrupto al poder; no quiero ni imaginar las venganzas y represalias de este personaje.
La única forma de obtener resultados razonables es que los partidos de derecha dejen su protagonismo, que sus líderes desinflen su ego y formen una sólida alianza; de lo contrario las próximas elecciones serán una lotería y terminaremos con una representación muy fragmentada e ineficiente, llena de tránsfugas y acomodos. Todos perderemos, casi sin excepción.
Columnista Diario Expreso
Foto: Andina
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