La reciente noticia sobre el volcán Ubinas, que el Instituto Geofísico del Perú (IGP) ha declarado como "en estado estable", me ha dejado una mezcla de sensaciones. En su comunicado, el IGP asegura que el nivel de alerta se mantiene en verde, lo que sugiere que no existen riesgos inminentes para la población. Sin embargo, las palabras no siempre son suficientes cuando se trata de la vida de cientos de personas que habitan en las cercanías de este volcán, y que han vivido en carne propia las consecuencias de su actividad.
Según el reporte técnico, las últimas 24 horas no han mostrado anomalías significativas en los parámetros monitoreados. Es cierto, no se han registrado señales de una posible erupción, y los sismos registrados son de baja magnitud, lo que parece tranquilizador. Las emisiones de gases y vapor de agua, aunque notables, no parecen haber causado una alteración sustancial. Sin embargo, me pregunto, ¿acaso esto es suficiente para calmar la preocupación de las comunidades cercanas al volcán? No lo creo.
Lo que más me inquieta no es el informe técnico en sí, sino la falta de acción efectiva y palpable en la zona. En mi experiencia personal, recuerdo claramente el 2008, cuando trabajaba en la Institución Educativa José Carlos Mariátegui, en la capital del distrito de Ubinas. En ese entonces, las cenizas del volcán se cernían sobre el pueblo, cubriéndolo todo. El olor a azufre era insoportable, una nube espesa que me provocaba náuseas y vómitos, mientras que los ojos no dejaban de lagrimear. Esta no es una experiencia aislada, ni un simple malestar temporal. Los gases tóxicos que el volcán emite afectan la salud de los más vulnerables, desde niños hasta ancianos, y no solo eso: los animales domésticos también sufren las consecuencias. Los bebederos de agua se contaminan, y las cenizas dejan un rastro de daño que parece no cesar.
Las autoridades del IGP aseguran que se están haciendo recomendaciones a la población y sugieren revisar los planes de contingencia. Pero, sinceramente, estas recomendaciones, aunque útiles, no son suficientes. Me pregunto, ¿por qué no se implementan estas recomendaciones de manera inmediata y efectiva? ¿Por qué no se exige que los funcionarios del IGP vayan "in situ" para experimentar en carne propia lo que cientos de personas deben enfrentar diariamente? No se trata solo de informes técnicos y recomendaciones de oficina, sino de una acción decidida para proteger a los habitantes de las comunidades cercanas al volcán. Es esencial que el IGP no solo se limite a transmitir información científica, sino que también trabaje directamente con las autoridades locales para ejecutar los planes de contingencia.
Y aquí es donde entra otro aspecto que me preocupa profundamente: ¿quiénes son los responsables de la ejecución de estos planes? Las autoridades del distrito de Ubinas, la provincia de General Sánchez Cerro y la región de Moquegua deben ser los actores principales en la implementación de las estrategias de mitigación. Pero, ¿realmente están preparadas estas autoridades para actuar con la rapidez y eficacia que la situación exige? La respuesta no es clara. Las comunidades han estado viviendo con la amenaza constante de una erupción, y aunque la información es útil, la acción es lo que realmente puede marcar la diferencia.
El volcán Ubinas ha tenido una historia larga de actividad, con 28 procesos eruptivos registrados en los últimos 500 años. Esta es una realidad que no podemos ignorar. La vigilancia constante desde 2006 por parte del IGP ha permitido obtener información valiosa, pero ¿por qué no se aprovecha esta información para construir una verdadera estrategia de resiliencia en las comunidades afectadas? Si bien el reporte de este 2025 nos dice que no hay signos de una erupción inminente, eso no quiere decir que la situación de riesgo haya desaparecido. El peligro sigue presente, y más aún cuando se trata de un volcán tan impredecible como el Ubinas.
En pocas palabras, las autoridades deben tomar en serio las recomendaciones del IGP y, sobre todo, actuar de manera urgente. Las comunidades no necesitan solo información técnica, sino medidas concretas que les permitan afrontar la realidad diaria de vivir cerca de un volcán activo. En este sentido, la verdadera gestión del riesgo no radica solo en la prevención de una erupción, sino en la mitigación constante de los efectos adversos que ya están presentes. Solo a través de un compromiso real y visible, de acciones inmediatas y de una verdadera coordinación entre todos los niveles de gobierno, podremos ofrecerles a los habitantes de Ubinas, y a todas las comunidades aledañas, un futuro más seguro y resiliente.
Foto: Andina
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