Cada vez que escucho que el Congreso aprueba una nueva ley con impacto fiscal, me invade una mezcla de indignación y fatiga. ¿Hasta cuándo seguiremos celebrando medidas populistas diseñadas para el aplauso inmediato y no para el bienestar del país? Este Congreso, poblado de rostros que ya piensan en la reelección de 2026, está hipotecando el futuro económico de nuestro país, al aprobar tres veces más leyes con gasto público que cualquier otro parlamento desde 2006.
Me sorprende cómo se ha normalizado esta irresponsabilidad. En teoría, el Congreso no tiene iniciativa de gasto, pero en la práctica legisla como si el dinero cayera del cielo. Aumentan las pensiones de jubilación, nombran personal CAS, otorgan beneficios laborales, crean Universidades publicas, todo con un aire triunfalista, como si estuvieran resolviendo injusticias históricas. Pero la pregunta que nadie responde es la más simple y honesta: ¿con qué plata?
El Consejo Fiscal, liderado por el exministro Alonso Segura, ya lo ha advertido en una conferencia de prensa: 229 leyes con beneficios “impagables” se han aprobado desde 2021, y casi la mitad fueron por insistencia, es decir, rechazadas antes por inviables. Aun así, los congresistas insistieron. Lo más grave es que esta práctica ya no distingue colores políticos. En un mismo hemiciclo, la izquierda populista y la derecha “fiscalmente responsable” votan de la mano cuando se trata de quedar bien con el electorado. Es una alianza silenciosa del oportunismo.
Yo no me opongo a que los jubilados vivan mejor, que los maestros ganen lo justo o que los trabajadores tengan beneficios dignos. Todos queremos eso. Pero querer no basta. Las finanzas públicas no se sostienen con deseos, sino con recursos reales. Y el Perú no puede darse el lujo de gastar más de 35 mil millones de soles adicionales sin un plan de respaldo. Hacerlo es como tapar un hueco cavando otro más profundo.
En esta carrera populista, lo que se está desmoronando no es solo la caja fiscal, sino la confianza. Los inversionistas miran con recelo, la ciudadanía se acostumbra al “regalo” y el discurso técnico se convierte en enemigo del pueblo. ¿Qué pasará cuando llegue el momento de pagar la cuenta? Porque alguien la pagará: nosotros. Ya sea en forma de impuestos más altos, inflación o falta de servicios públicos.
En definitiva, el Congreso debería ser la voz de la razón, no el eco de las encuestas. Pero hoy legisla como quien reparte caramelos antes de una elección, olvidando que el país no vive de promesas, sino de responsabilidad. El populismo puede comprar votos, pero destruye el futuro. Y si no corregimos el rumbo, el próximo gobierno heredará no solo un presupuesto en rojo, sino un pueblo desencantado, cansado de que siempre le digan que “todo está bien”, cuando el costo real recién empieza a sentirse.
Foto: Andina
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