Cada año, el 20 de enero, en las alturas del Cusco, un evento ancestral se lleva a cabo en la pampa de Quehue: el Chiaraje. Esta tradición, que combina historia, cultura y espiritualidad, enfrenta a los habitantes de Canas, Chumbivilcas y otras comunidades vecinas en una “batalla” simbólica para rendir homenaje a la Pachamama. Sin embargo, detrás del misticismo y el fervor cultural, se esconden riesgos innegables que ya no podemos ignorar.
Yo respeto profundamente nuestras raíces y tradiciones culturales. La diversidad que estas representan es un patrimonio invaluable que debe ser preservado y promovido. Sin embargo, también creo que, como sociedad, tenemos el deber de evaluar críticamente aquellas prácticas que, aunque ancestrales, generan consecuencias humanas irreparables. ¿Vale la pena mantener viva una tradición cuando su costo se mide en vidas humanas y sufrimiento físico?
Este año, el saldo del Chiaraje fue trágico: la muerte de un comunero, Willy Ramos, y más de una docena de heridos graves. Es imposible justificar que el derramamiento de sangre, aunque no intencionado, sea un sacrificio aceptable en nombre de la Pachamama o de la prosperidad agrícola. Esta narrativa, por más respetable que sea desde una perspectiva histórica, choca con los valores fundamentales de respeto por la vida y la dignidad humana.
No abogo por erradicar el Chiaraje ni por despojarnos de nuestras costumbres, pero sí por transformarlas. El progreso no significa negar nuestras raíces, sino adaptarlas a un mundo en constante evolución. Las tradiciones no deben ser inmutables; al contrario, deben ser flexibles para reflejar los valores y el conocimiento de la época en que se practican.
¿Por qué no convertir este enfrentamiento en una celebración simbólica? En lugar de usar piedras, se podrían emplear elementos seguros, como frutas, tal y como se hace en festividades como la famosa Tomatina en España. De esta manera, se mantendría el espíritu competitivo y la conexión con la tierra, pero eliminando el peligro para los participantes.
Además, es fundamental que las autoridades locales, en colaboración con los líderes comunitarios, tomen un rol más activo en la organización del evento. La seguridad debe ser prioritaria, y el diálogo entre tradición y modernidad puede ser el puente para mantener viva esta expresión cultural sin arriesgar vidas humanas.
He leído en redes sociales la indignación de muchos seguidores y hacen llamados a la intervención de la Policía y la Fiscalía. Aunque estas instituciones pueden cumplir un papel preventivo, creo firmemente que el cambio real debe venir desde las mismas comunidades. Las tradiciones son el alma de los pueblos, y su transformación debe ser liderada por quienes las practican, no impuesta desde fuera.
En pocas palabras, el Chiaraje es un reflejo de nuestra rica herencia cultural, pero también de los desafíos que enfrentamos como sociedad al intentar equilibrar tradición y modernidad. No podemos permitir que el respeto por nuestras raíces sea excusa para ignorar la pérdida de vidas humanas. La evolución de esta tradición es no solo posible, sino necesaria, para que siga siendo una fuente de orgullo, no de luto.
Es momento de demostrar que podemos honrar a la Pachamama y a nuestra historia sin que eso implique derramar sangre. Las tradiciones son vivas, y como tal, tienen el poder de transformarse. ¿Nos atreveremos a dar ese paso hacia el futuro?
Foto: Andina
0 Comentarios