Por César Hildebrandt
Si la derecha se
preocupara por las dictaduras no habría aplaudido, con las manos a veces
ensangrentadas, todas las dictaduras republicanas excepción hecha la de Velasco
Alvarado (repito: todas).
Porque para la
derecha esas dictaduras sí que fueron buenas, rebuenas, buenazas. Y el concepto
de democracia fue para ella siempre amenazante.
Para comenzar,
Bernardo de Monteagudo, uno de los fundadores del conservadurismo ilustrado en
el Perú, aspiraba no a una república sino a una monarquía. Al comentar tal
simpatía, Carlos Miró Quesada Laos, director de El Comercio y admirador del
fascismo europeo, escribió en “Autopsia de los partidos políticos”: “El capitán
de los Andes [se refiere al libertador San Martín, uno de cuyos consejeros era
De Monteagudo, nota del columnista] creyó que América, y especialmente el Perú
—y no se equivocó—, no estaba maduro para la República”1.
La derecha peruana
jamás creyó en la voluntad popular sino en su instrumentación.
Los caudillos
militares que gobernaron durante la llamada anarquía posvirreinal lo hicieron
bajo términos dictatoriales y sosteniendo un régimen oligárquico heredado de
las consolidaciones —deudas muchas veces inventadas que la república tuvo que
pagar a título de indemnizaciones— y del negocio del guano, que no aportó nada
al país y sí mucho al bolsillo de los de siempre (los Osma, los Goyeneche y
Gamio, los Canevaro y, por supuesto, las casas prestamistas Gibbs y Dreyfuss).
Es decir, la
república fue una posta entre clones. La derecha virreinal se llamó republicana
y eso fue todo. Gobernaron los de siempre y el pintoresquismo militar amenizó
las marquesinas cambiando a los actores pero no el libreto. La derecha nunca
quiso un país sino una jerarquía catatónica que le permitiese vivir, en París
o Londres, de la especulación del suelo, el latifundio, el guano, el salitre,
el caucho, la harina de pescado y, de vez en cuando, el contrabando y los
estupefacientes.
Esas dictaduras
serviciales sí que fueron buenas, rebuenas, suculentas. Tenían hasta el aval
tácito de la iglesia, aliada del caudillismo en la protección del orden social
desde que don Bartolomé Herrera, sotana al viento, se convirtiese en el padre
del autoritarismo reaccionario y el diario La Sociedad en su más fétido
vocero.
Cuando el cleptócrata
Rufino Echenique estaba en guerra con Castilla, “liberó” a los negros para que
se sumasen a su ejército. Castilla lo derrotó y abolió la esclavitud el 3 de
diciembre de 1854. ¿Y saben ustedes qué cosas se escribieron en los diarios de
Lima cuando Castilla dio ese famoso paso democrático? Felipe Barriga, que
firmaba como Timoleón y representaba el “sentido común” oligárquico, publicó
esto en un diario de la capital: “Veinte mil esclavos fuera de sus galpones
representan una amenaza que sería necesario exterminar para evitar el espantoso
sacudimiento que representa la abolición de la esclavitud...”2 En El Heraldo, también de Lima, se
llamó a la manumisión decretada por Castilla “haberle otorgado la ciudadanía a
la aristocracia de la canalla”3. Y muchos años más
tarde, en 1897, Clemente Palma, el crítico literario que despreció a Vallejo y
que era el favorito de nuestra derecha más o menos leída, escribió: “Esa vida
puramente animal del negro ha anonadado completamente su actividad mental —si
es que alguna vez la tuvo— haciéndolo inepto para la vida civilizada”4. Es increíble que estas líneas salieran del hijo de un mulato.
Así pensaban los tatarabuelos de quienes hoy continúan al frente del
país. Así sienten muchos de sus tataranietos. Por eso es que ven en cada
reformista un Castilla que puede trastornar sus planes sureños. Es como si al
Perú le faltase una guerra de secesión, una revolución francesa. Ni de Sendero
ni de toda su maldad ha aprendido algo la derecha peruana.
Cuando en 1871 Manuel
Pardo fundó, bajo el nombre de Sociedad Independencia Electoral, el Partido
Civil e intentó renovar la política con algunas ideas serias y rostros
distintos, ¿cuál fue la reacción de la vieja derecha goda del Perú, la que hoy
sigue gobernando después de reciclarse mil veces?
Pues acusar a Pardo
de masón y hereje. ¿Y después? Pues aplaudir cuando el gobierno de Balta
persiguió a los periodistas y cerró la imprenta de El Nacional, el diario del
pardismo. Y aplaudir más cuando vino la clausura de El Nacional y de El Comercio, los dos diarios más
importantes de la época. ¿Su pecado? No consentir los sucios enjuagues del
gobierno del coronel Balta para desconocer el triunfo electoral del 15 de
octubre de 1872 de Manuel Pardo. ¿Y qué quería Pardo? Institucionalizar el
país: impedir, en suma, que los uniformados siguieran haciendo de payasos al
servicio del dinero, impedir que la montonera, en vez de la democracia, fuera
la partera de nuestra historia.
Después, el anecdotario
ya es conocido. A Pardo no le permitieron cumplir nada de su programa, entre
las canalladas de Piérola y la oposición feroz de lo más ciego de la oligarquía
aliada, como siempre, al militarismo reaccionario. Terminaría su gobierno sin
cambiar el estilo de hacer política (y dinero), sería sucedido por su amigo
Mariano Ignacio Prado, sería exiliado por este, regresaría del exilio en 1878 y
terminaría su vida asesinado por el sargento Melchor Montoya, guardia de honor
a las puertas del Congreso y admirador de Piérola, a los 44 años de edad. Tres
veces antes habían atentado contra su vida, una de ellas cuando caminaba rumbo
a palacio de gobierno.
La historia más reciente creo que la compartimos todos. La república ha
construido con ahínco eso que Basadre llamó las dos grandes taras del Perú: el
Estado empírico y el abismo social. La derecha se ha valido de todas las
armas, incluidos los máuseres siempre a su servicio, para ganar las elecciones
y gobernar, o para gobernar sin ganar las elecciones, o para suprimir las
elecciones, o para desconocer las elecciones, o para lanzar golpes de Estado
preventivos. Decir desde la derecha que la democracia es un bien a conservar
es como oírle a un piojo decir que el parasitismo debería suprimirse. Y eso no
significa que la democracia no sea un bien a conservar. Lo que decimos es que
la derecha no tiene autoridad moral alguna para hablar de democracia. ¿O no
vimos a su más eminente miembro financiero, don
Dionisio Romero, pidiéndole favores a Montesinos?
____________
1 Autopsia de los partidos políticos, Lima,
1961, Ediciones Páginas Peruanas.
2 Carlos
Aguirre: Breve historia de la esclavitud en el Perú, Lima,
2005, Fondo Editorial del Congreso.
3 Ibid.
4 Ibíd.
Plutócratas peruanos maestros mundiales 
“En el Perú el grupo social que gobierna desde 1821 hasta ahora tiene un método más simple que en EE. UU.: cuidan la incubadora del terrorismo para darse el gusto de matar a balazos a los pobres; fuera de esto se los mantiene en la pobreza y provocándoles tuberculosis (segundo lugar mundial en la variedad MDR); además hay casi 4 millones de personas que viven de la delincuencia y en ella, por lo cual el problema de la inseguridad es, en las actuales condiciones, insoluble, pero no reconocen esta realidad. 
Para tranquilizar a los pobres e indigentes del Perú que con sus bajos salarios enriquecen a la plutocracia, les dicen que ya son de clase media.” 
[Nota de Con nuestro Perú.] 
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