Cuando la memoria falla, el terror vuelve

Por Ubaldo Alvarez A ||

Nunca imaginé que, décadas después de ver a mi país desangrarse bajo la violencia terrorista, tendría que volver a tocar este tema. Pero aquí estamos. Guillermo Bermejo ha sido condenado por terrorismo y aun así, escucho voces que intentan minimizarlo, justificarlo o incluso presentarlo como víctima. Y me pregunto: ¿en qué momento empezamos a olvidar lo que significó Sendero Luminoso para nuestra historia, para nuestras familias y para nuestra democracia?

Yo crecí pegado a un pequeño radio a pilas, escuchando noticias que parecían sacadas de una pesadilla: relatos de terror, apagones interminables, bombas que estallaban sin aviso y pueblos enteros arrasados. Sendero Luminoso no fue una simple banda armada; fue una maquinaria de muerte, una organización que convirtió el terror en doctrina y que abrazó la “guerra popular prolongada” del maoísmo como ruta para destruir al país. Sesenta y nueve mil compatriotas no son una cifra que pueda pasarse por alto. Son vidas truncadas, familias devastadas, generaciones marcadas para siempre. Por eso desconcierta ver que, hoy, algunos jóvenes repiten discursos que buscan suavizar o justificar aquella barbarie. ¿Cómo llegamos al punto de permitir que nuestra memoria colectiva se olvide? ¿En qué momento aceptamos que el horror pierde importancia?

He conversado con universitarios que, entre risas nerviosas y frases aprendidas, hablan de “luchadores sociales” refiriéndose a terroristas. Lo dicen sin haber visto una torre volada, sin haber escuchado el estruendo de un coche bomba ni haber conocido a una viuda de policía o a un dirigente campesino asesinado. Nadie les ha contado —o peor, no quieren escuchar— que Sendero degollaba inocentes, que colgaban perros como advertencia, que querían imponer un régimen de odio y muerte. ¿Acaso ya olvidamos los coches bomba? ¿Los apagones? ¿Los secuestros? ¿Las fosas comunes? ¿Las lágrimas de miles de madres buscando a sus hijos desaparecidos?

Y mientras tanto, vemos cómo personajes como Bermejo llegaban al Congreso y se rodeaban de aliados que, por decir lo menos, no hicieron nada por despejar dudas sobre sus simpatías ideológicas. ¿Cómo aceptamos que quienes tuvieron contactos con la violencia terrorista ocupen espacios de poder? ¿Es la democracia tan ingenua que da cobijo a quienes buscan destruirla desde adentro? Parece que sí. Y eso me aterra.

La izquierda radical tendría hoy una brillante oportunidad para marcar distancia, para condenar de forma firme y sin ambigüedades a Sendero Luminoso. Pero muchos prefieren la tibieza. Algunos guardan silencio porque conviene políticamente. Otros repiten eslóganes vacíos sobre “persecución política”. Y los más cínicos atenúan el terrorismo mientras señalan como “genocidas” a las Fuerzas Armadas que, con todos sus errores, nos libraron del senderismo. ¿Cuándo perdimos la capacidad de distinguir entre verdugos y víctimas?

Los errores de Pedro Castillo y Dina Boluarte —dos presidentes sin visión, sin liderazgo y sin capacidad de gestión— no son temas aislados. Son consecuencia de una cultura política que premia improvisación, resentimiento y radicalismos disfrazados. Recordemos que Castillo llevó a Bermejo al escenario del poder y que personajes cuestionados rodearon a su gobierno. No por casualidad el país se hundió en caos, extorsión e inseguridad.

Algunos afirman: “todos tienen derecho a participar en política”. Y estoy de acuerdo —en principio. Pero, ¿todos? ¿También quienes han sido cuestionados por vínculos con el sendero luminoso? ¿Quienes nunca han mostrado arrepentimiento ni claridad moral frente al terrorismo? ¿Debemos permitir que quienes promueven odio en el país lleguen al poder y decidan nuestro futuro? La democracia no puede ser ingenua ni suicida. La tolerancia tiene límites, especialmente cuando la intolerancia busca destruirla desde adentro.

Finalmente, hoy más que nunca, defender la memoria no es mirar atrás con rencor, sino con responsabilidad. Si permitimos que personajes con sombras tan graves en su historial político se normalicen, si callamos frente al intento de reescribir nuestra historia, entonces estaremos abriendo la puerta a que el terror regrese —quizás con otro rostro, con otro discurso, pero con la misma esencia de odio y destrucción. Yo no quiero un país que olvide. Prefiero un país que recuerde para nunca repetir. Y recordar, en estos tiempos, es también un acto de resistencia.
Foto: Andina 

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