Exfuncionarios de Ubinas sentenciados por colusión agravada

Por Ubaldo Alvarez A ||

En la provincia de General Sánchez Cerro, en la región Moquegua, la corrupción se mantiene como un problema endémico. Ubinas, uno de sus distritos afectados, se ha convertido en un ejemplo claro de cómo la falta de vigilancia ciudadana y la limitada investigación de la prensa local permiten que los actos de corrupción pasen desapercibidos. En este contexto, la reciente sentencia a exfuncionarios de la Municipalidad Distrital de Ubinas, por el delito de colusión agravada, es un pequeño triunfo en medio de un vasto panorama de impunidad.

Los nombres de Danny Rony Barbachán Paz, Rafael Armando Castro Cuba Sayco, Henry Sardón Valdivia y Gaby Marcela Ramos Montoya de Díaz resonaron en la página facebook del Ministerio Público de Moquegua tras ser sentenciados a seis años de prisión efectiva por simular adquisiciones de bienes y servicios en el año 2013, perjudicando a la comuna con un desfalco de más de 84 mil soles. Este tipo de acciones, lideradas por quienes deberían velar por los recursos públicos, dejan a la población en un estado de vulnerabilidad y desconfianza.

Me pregunto, como muchos, ¿qué se necesita para que los funcionarios comprendan que los recursos públicos no son un botín? Vivimos en un país donde la corrupción ha impregnado cada rincón del sistema, y los casos que llegan a ser conocidos son apenas la punta del iceberg. La situación en Ubinas es especialmente delicada. Se trata de un distrito rural geográficamente extenso, con seis centros poblados y 24 anexos, donde la agricultura y la ganadería de subsistencia son las principales actividades económicas. La falta de recursos y de inversión real ahoga las posibilidades de desarrollo de estas comunidades campesinas.

Los hechos revelados en el caso de los exfuncionarios de Ubinas no solo muestran un delito económico, sino un atentado contra la dignidad de las personas que dependen de un manejo honesto y eficiente de los recursos públicos. El impacto de la corrupción en la vida diaria de los ciudadanos es profundo. Cada sol robado se traduce en obras inconclusas, falta  de canales de regadíos con material concreto, escuelas deterioradas, carreteras intransitables sin asfalto y un sistema de salud que no cubre las necesidades básicas de la población. La corrupción mata y deja huellas imborrables en el tejido social.

Los pobladores residentes en las comunidades campesinas y las clases  vulnerables son las que más sufren las consecuencias de esta corrupción sistémica. Cuando los recursos que deberían ser destinados a mejorar servicios esenciales, como la educación o la salud, son desviados a los bolsillos de unos cuantos, se perpetúa un ciclo de pobreza y marginación del cual es difícil salir. En un país como el nuestro, la falta de oportunidades muchas veces empuja a las personas a aceptar la corrupción como algo inevitable, una “forma de vida” que termina contaminando cada esfera de la sociedad.

Es urgente que como ciudadanos dejemos de normalizar estos actos y reclamemos una administración transparente y justa de los fondos públicos. No podemos permitir que el miedo a las represalias o la desidia nos conviertan en cómplices silenciosos de quienes abusan de sus cargos para enriquecerse a costa del bienestar de todos. La corrupción no es solo un delito, es un cáncer social que debemos extirpar.

La sentencia de los exfuncionarios de Ubinas debe ser un aviso de que, aunque lentamente, la justicia puede prevalecer. Sin embargo, esto no es suficiente. Es necesario un compromiso constante de la ciudadanía para vigilar, denunciar y exigir transparencia a nuestras autoridades. El cambio comienza cuando dejamos de aceptar lo inaceptable y comenzamos a construir un país donde la integridad no sea la excepción, sino la regla.

La corrupción en distritos alejados como Ubinas sigue siendo una dura realidad. Cada acto de corrupción no solo roba dinero, sino también esperanza y oportunidades de desarrollo. Es tiempo de que los ciudadanos se empoderen y exijan una gestión pública ética y transparente. Solo así podremos dejar de ser testigos pasivos de la decadencia y comenzar a ser actores del cambio que tanto necesita nuestro país.

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