Vizcarra la caída de un héroe

Por Ubaldo Alvarez A ||

Cuando la noticia de la prisión preventiva contra Martín Vizcarra saltó a los titulares, no pude evitar sentir una mezcla de indignación y al mismo tiempo, una profunda reflexión sobre lo que esto significa para la política del país. Un expresidente, que se mostró como el luchador contra la corrupción, hoy se enfrenta a la justicia por supuestos sobornos millonarios recibidos durante su tiempo como gobernador de Moquegua. Pero este caso no es solo un tema judicial, es una muestra más de la podredumbre que caracteriza a gran parte de la política en nuestro país. Un espectáculo lamentable de promesas vacías, engaños y traiciones.

A lo largo de la campaña presidencial junto a Pedro Pablo kuczynski, Martín Vizcarra se presentó como un hombre ajeno a los vicios de la política tradicional. Muchos creyeron en él y no es difícil entender por qué. Su discurso, siempre impecable, parecía ser lo que el país necesitaba: un político honesto dispuesto a erradicar la corrupción que tanto daño le había hecho a las instituciones. Pero, como sucede con demasiada frecuencia, al llegar al poder, su verdadera naturaleza salió a la luz.

El caso que hoy nos ocupa no es uno aislado y tampoco es sorprendente si observamos la historia reciente del país. El expresidente es acusado de haber recibido S/ 2,3 millones en sobornos durante su gestión como gobernador. Las constructoras ICCGSA y Obrainsa habrían sido las encargadas de financiar estos sobornos a cambio de favores en la adjudicación de proyectos como el Hospital Regional de Moquegua y Lomas de Ilo. Este tipo de prácticas, lamentablemente, ya no nos sorprenden, donde la corrupción parece ser una constante en la política, independientemente del partido o la ideología.

Lo que me genera aún más repulsión es cómo Vizcarra, durante su mandato, fue capaz de rodearse de personajes tan cuestionables como Richard Swing, un hombre de dudosa reputación que le ofrecía “asesorías” desde las 5:30 de la mañana, o el vidente Hayimi, quien supuestamente le hacía “limpias” para mejorar su suerte. ¿Cómo es posible que un presidente de la República, en lugar de escuchar a sus ministros y expertos en áreas claves como Salud y Economía, confiara en un consejero espiritual y un cantante de entretenimiento para tomar decisiones que afectaban a millones de peruanos?

Aún más repugnante fue el hecho de que, en plena crisis sanitaria, Vizcarra y su círculo cercano se vacunaron en secreto, mientras miles de ciudadanos morían por la falta de recursos en los hospitales. El cinismo de este acto es difícil de igualar. Un presidente que había prometido velar por la salud de los peruanos, se pone a sí mismo y a su familia en la lista privilegiada para recibir la vacuna contra el COVID-19, mientras el pueblo luchaba por sobrevivir. Este acto, además de inmoral, refleja la desconexión total entre los gobernantes y el pueblo, una desconexión que sigue siendo la norma en la política peruana.

Lo que más me desconcierta de este caso y lo que genera una indignación aún mayor, es cómo muchas personas, particularmente en Moquegua, siguieron defendiendo a Vizcarra con vehemencia, incluso cuando ya se conocían las primeras evidencias de su corrupción. ¿Cómo es posible que, a pesar de las denuncias, algunos lo vieran como un héroe? ¿Es el apego a la figura política tan grande que incluso la corrupción se justifica? Este fenómeno, que no es exclusivo de Vizcarra, se repite una y otra vez con otros líderes políticos. Pareciera que, en lugar de exigir transparencia y honestidad, muchos prefieren aferrarse a la imagen idealizada de un líder que, en realidad, les ha fallado.

Es curioso cómo las pasiones políticas pueden cegarnos hasta el punto de defender lo indefendible. En el caso de Vizcarra, sus seguidores, muchos de ellos moqueguanos, no podían concebir que su líder hubiera caído tan bajo. Pero ahora, con la prisión preventiva dictada, los defensores de Vizcarra deben enfrentar la realidad: su líder ha sido acusado de corrupción y, si las pruebas son suficientes, la justicia se encargará de él. Sin embargo, esto no es solo un problema de Vizcarra. Es un problema estructural que afecta a todo el sistema político del país, que sigue siendo frágil y vulnerable a los mismos vicios que lo han marcado a lo largo de los años.

En otras palabras, lo ocurrido con Martín Vizcarra es una llamada de atención para todos los ciudadanos. La política del país necesita una reforma profunda, una que no solo se basa en cambiar nombres, sino en cambiar estructuras y mentalidades. El caso de Vizcarra es solo un síntoma de un mal mucho más grande que aqueja a nuestras instituciones. Es una advertencia de que el poder, cuando no se ejerce con responsabilidad y ética, puede corromper incluso a quienes parecen ser los más alejados de esas prácticas. ¿Qué lecciones podemos sacar de todo esto? Quizás la más importante sea que el cambio no solo debe venir de las urnas, sino de la vigilancia constante y la exigencia de rendición de cuentas. Solo así podremos empezar a caminar hacia una democracia más sólida y libre de corrupción.
Foto: Andina 

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