Por Gustavo Gorriti, director de
IDL-Reporteros
Hace
un par de semanas publiqué aquí un artículo: “El coeficiente de intimidación”, que
describía cómo medir indirectamente el poder a partir del mayor o menor eco que
los medios daban a investigaciones periodísticas sobre diferentes sectores.
Como
escribí entonces, “uno de los resultados colaterales de mi trabajo en el
periodismo de investigación ha sido percibir empíricamente quiénes tienen más y
quiénes tienen menos poder”.
Dicho
poder era medible a través “de una suerte de coeficiente de influencia e
intimidación”.
Y el
testimonio de la experiencia fue que “cuando publicamos notas que involucran a
los grupos económicos grandes, […] entramos en la zona del silencio, que va del
simple al trapense”.
Pero,
si como escribió Goethe, “toda teoría es gris, querido amigo, y verde el dorado
árbol de la vida”, ¿puede suceder que la constatación directa de la experiencia
encuentre también grisuras inesperadas cuando irrumpe el dorado y otoñal verdor
de la sorpresa?
Mientras
escribía ese artículo, una nueva investigación de IDL-Reporteros,
sobre las AFP (“Fondos sin retorno”, de Luisa García Téllez),
no solo se disparaba en lectoría y en movimiento en las redes, sino en la
cobertura y el debate que se daba dentro de los propios medios, los mismos que
habían seguido la proverbial trinidad del monito (no veo, no escucho, no
hablo), cuando la misma publicación sacó, por ejemplo, “Cómo subsidiamos un
oligopolio”, en abril de 2012.
Como
escribió Roberto Lerner en un artículo (“Entre el silencio y el ruido”) sobre,
precisamente, ese tema, publicado el viernes 16 pasado en IDL-R:
“Más o menos los mismos actores, igual poder, diferente resultado: un caso en
el que Occam permitiría complicar la teoría”.
(Espero
no insultar su inteligencia con un poco de wikipedia express. Lerner
se refiere probablemente a la explicación atribuida al gran William [o
Guillermo de] Occam, de los siglos XIII y XIV, según el cual entre dos teorías
“la más simple y suficiente es la más probable, pero no necesariamente la
verdadera”).
La
explicación de Lerner, informada, como indica, por el libro “The
Human Brand”, de Chris Malone y Susan Fiske, establece algunas
diferencias interesantes en la forma que la conducta y las acciones de
determinadas instituciones y personas afectan la reacción colectiva (de la
gente y hasta de los medios) frente a ellos.
¿Cuál
es la diferencia de la reacción de la gente [y medios] frente a investigaciones
sobre bancos y AFPs, que tienen fundamentalmente los mismos dueños?
“Cuando
descubro un sistema que acrecienta asimetrías -escribe Lerner– y permite que
[…] ciertos actores económicos o políticos […] se la lleven fácil, sin dar a
cambio lo que correspondería —al Estado, sus electores, sus clientes—, depende
[de]:
a.
Si […] mi percepción de ellos es que sus intenciones son benignas o no
especialmente malignas, […] y me dan algo que antes no tenía, o no sufro hoy
los resultados de sus acciones, puedo pasar el asunto por alto, más allá de la
rabia o indignación iniciales.
b.
Pero si se trata de pedantes, abusivos, desconsiderados, que maltratan
habitualmente y, además, me meten la mano al bolsillo, […] sus ofertas se
diluyen en futuros lejanos, las reacciones son intensas, sostenidas y acumulativas.
Bajo el dedo”.
Bajo
esa explicación, a. son los bancos y b. las AFP.
¿Conclusión
de Lerner? “…las reacciones iniciales, el balance de fuerzas, depende no
solamente del poder de un grupo y sus intereses, sino también de factores que
tienen mucho que ver con la irracionalidad de la mente humana y su evaluación
de tiempos, ganancias, pérdidas, espejismos, riesgos actuales y futuros,
simpatías, mimos percibidos y lealtades”.
En
otras palabras: aunque los bancos te hagan sufrir uno de los diez peores spreads del mundo (la diferencia entre lo que
te pagan por tus ahorros y te cobran por su préstamo), y aunque algunos tipos
de interés adelanten las fronteras de la usura, la gente aprecia las
posibilidades que te abre esa combinación de posibilidad y lornería (llevarte
la pantalla de plasma a la casa, comprarte el carro nuevo para hacer taxi,
aunque el precio cuando termines de pagarlo sea más del doble de lo que cuesta
al contado). Trinarán pajaritos preñados, pero se trata al fin de una canción.
En
cambio, las AFP te sacan la plata quieras o no cuando eres joven y también
cuando maduro, para, supuestamente, devolvértela cuando empieces el tránsito de
la vejez a la decrepitud, y las vísceras prolapsen junto con las memorias. Y,
claro, si entonces descubres que esos gatos gordos (ninguno de los cuales se
llama Ántero) no te devolverán la totalidad de lo que aportaste, entonces sí
que te molestas.
¿Es
así? Se trata, sin duda, de una explicación atractiva y hasta convincente.
Pero,
¿anula la calibración del poder a partir del coeficiente de intimidación? Me
parece que no.
Lo
primero a tener en cuenta es que una investigación predica su eficacia en la
fuerza narrativa y la claridad con la que emergen los contrastes morales, las
iniquidades, abusos y vicios, sobre todo los que hacían daño permaneciendo
ocultos hasta ser descubiertos.
Lo
segundo es que esa narrativa debe llegar, con la mayor coherencia posible, al
mayor número de gente dispuesta a escucharla, verla, leerla y comprenderla.
Eso,
junto con una disposición que no siempre existe, requiere medios de
comunicación, sobre todo si los que investigan son pequeños y los que son
grandes no lo hacen.
Si
esos medios son manejados por lobiístas de confianza y orientados por personas
o grupos vinculados a, o que forman parte de los que se investiga, entonces la
noticia de la investigación simplemente no saldrá o se tratará en forma tal
como para provocar rubor hasta en un veterano de Pravda o Izvestia.
Si
es así, ¿por qué se propaló tanto la investigación sobre las AFP? Creo que por
las siguientes razones:
•
Porque desató desde el comienzo una intensa participación en redes sociales,
que a las pocas horas de su publicación fue rebotada por una importante edición
web de un diario, un portal no menos importante y, sobre todo, por el grupo de
‘Exitosa’, que lo discutió en diario, y en la radio, a través de gente de
opinión respetada. Con esa masa crítica, los otros medios tuvieron que entrar.
•
Porque lo que la investigación sacó a luz era directo, muy fácil de entender,
de evidente relevancia presente (te quitan una parte importante del sueldo cada
mes) y futura (no te devolverán los aportes completos mientras vivas) para un
número alto de gente. Los comentarios recibidos indicaban la indignación de
muchos frente a lo que percibían como un abuso, un despojo legalizados. Las
explicaciones de la gente de las AFP sonaron más falsas que un billete de trece
soles.
Otra enseñanza empírica entonces: el poder de censura y
desinformación de la gran prensa lobiísta es mucho menor de lo que pudiera
suponerse. Eso, de paso, fue lo que también constaté el año dos mil, frente a
la maquinaria de prensa de Fujimori y Montesinos: parecía infranqueable,
invencible y fue franqueada y vencida en la batalla de la información.
Pero,
enseñanza final de este análisis de experiencia: superar el bloqueo informativo
de la gran prensa desinformadora, es algo que no se puede hacer todos los días.
Las notas de investigación deben ser poderosamente claras, inteligentemente
simples y preferiblemente sintonizadas con un grado de interés personal de la
gente, para poder llegar con fuerza a todos

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